domingo, 25 de agosto de 2013

La Biblioteca Puneña


Por Henry Esteba

 

En 1997 yo asistía voluntariamente a las clases de Literatura y Gramática y algo de Filosofía de la UNA-P, la Universidad tenía fama de tener profesores de estatura como Feliciano Padilla, Juan Luis Cáceres, Jorge Flórez y Sonia Benavente. Mi afición por la literatura me llevó a esas aulas, yo coleccionaba libros de literatura y otros documentos vinculados a Puno. Llegué a hacer varios amigos, con los años, sus maestros también me brindaron su amistad, en diversas actividades culturales me vinculé con la bohemia de los estudiantes de la especialidad de Lengua y Literatura, que por cierto no fueron muchas; no creo que se hayan formado muchos alumnos sobresalientes cuyos nombres se recuerden, a decir verdad muy pocos, hoy sus nombres no llegarían a ocupar dos líneas y sobre sus profesores tampoco quedan muchos, con los años también se han ido cayendo poco a poco, ya por su inconstancia, por su pedestal inmerecido y otras actitudes que la vanidad ha procurado para con ellos.
     Con un grupo entre quienes se encontraban José Luis Velásquez Garambel, William Samuel Ayma Flores, Alex Dennis Mamani Laurente y quien escribe, durante varios años rendimos culto a Gamaliel Churata, organizábamos la visita a su tumba; así como: conferencias, recitales, hasta que alguna vez el grupo se incrementó tanto que sobrepasó en número lo que habíamos previsto; Churata era nuestra bandera, nuestras actividades giraban en torno a los Orkopata, luego el grupo tuvo que dividirse. Mientras dejé que digitalizaran el Teatro de Inocencio Mamani, viajé a la Argentina por motivos familiares, luego laborales; hasta que a mi vuelta por Bolivia, nuestra ciudad y luego a Lima, por cuasi las mismas peripecias. La vida no es fácil para nadie, el mérito quizá se halle en el rostro que cada quien le imprime a las adversidades.
      En 1992 había conocido a Edy Oliver Sayritupac y la amistad de Walter Paz; así como el poemario en mimeógrafo de Samuel Bravo y el rojizo Desatando Penas de Simón Rodríguez Cruz y luego vino la cercanía con los poetas de fines de siglo que tuvo su lazo con Luis Pacho, Víctor Villegas, Rafael Vallenas y otros. “Puno se ha convertido en el epicentro cultural más importante del Perú, en la cumbre literaria y cultural” como dice Ricardo Gonzáles Vigil, se han fortalecido también los vínculos con Omar Aramayo, José Luis Ayala, Hernán Cornejo-Rosselló; cada quien tiene su propio temperamento y al final las diferencias no cuentan, solo importa el amor a Puno, todo por Puno y la labor y el trabajo que ellos desarrollan engrandecen a Puno, ese es el aprendizaje que nos legan.
He sido testigo y parte del impulso, del trabajo que se ha emprendido para poder publicar “la Biblioteca Puneña”, durante varias horas, durante varios años cada quien armó su posible relación de autores y de obras que serían imprescindibles para los puneños (y también de los libros que todo puneño no debe leer), sé de los esfuerzos conjuntos de José Luis Velásquez y Omar Aramayo por crear un fondo editorial, ya con el Ministerio de Educación, con el Gobierno Regional, el Municipio de Puno, todos sus esfuerzos calaron en fracasos. No harán dos años que nos reunimos con José Luis y amalgamamos un nuevo proyecto, con las bases de los anteriores, pulimos los alcances y lo presentamos a la Oficina de Proyección Social de la UNA-P, nos recibió Sofía Benavente Fernández (entonces jefa de esa dependencia), lo derivó a Rectorado.
      Poco antes José Luis ocupó un cargo político en la Municipalidad de Puno, no pudo con la mentalidad gris y vacía de las autoridades, con la corrupción del entorno y tuvo que salir; el ambiente no era propicio para un proyecto de esta naturaleza, a nadie en ese recinto le importa Puno, la cultura no existe y no es prioridad para esta gestión. A pesar que peleó por un presupuesto para “los famosos munilibros” junto a José Calisaya Mamani, el esfuerzo no prosperó, José Luis renunció al cargo con una carta decorosa para él, nunca le han gustado las medias tintas y menos se habría coludido con la corrupción, hubo quien se aprovechó del proyecto y lo hizo ejecutar, el presupuesto se echó a perder, solo sacaron “mini libros” en todo el sentido, se hicieron remedos; el futuro juzgará sobre los gastos y el enorme presupuesto que los responsables tenían a cargo.
      Jorge Florez-Áybar tenía un proyecto que consistía en publicar un “libro jubilar” dedicado a la Universidad, convocó a varios escritores para que escribieran artículos para el citado texto, era un proyecto pequeño, cuando hablamos con él sobre la edición de una biblioteca entera dijo que era sobrehumano, que no se podía hacer, que era imposible; pero ahí están los libros y Jorge Flórez brindó el respaldo, ganó el proyecto de la Biblioteca Puneña, Florez-Áybar no podía creerlo, más cuando José Luis explicó y expuso los fines de una publicación de tal envergadura ante el Dr. Lucio Ávila (Rector de la UNA-P) quien lo propuso ante el Consejo Universitario y se compró el pleito, el Rector peleó contra pequeños tirios y miniaturas de troyanos para impulsar este proyecto que hoy se ha hecho real, él se ha convertido en la cabeza de este esfuerzo, sin su decisión y su permanente apoyo no se habría materializado y seguiría siendo un proyecto.
      Pero qué se puede esperar de un hombre que ama Puno, que piensa y respira Puno, ahí están los concursos de estudiantinas en los que participan cada facultad (con sus maestros, alumnos y administrativos), el concurso de Sikuris, los reconocimientos a los intelectuales e investigadores de la región, de alguien que ha impuesto una cultura de la identidad a fuerza de carácter y temperamento en la Universidad. Que con una visión moderna ha reconstruido y construido la infraestructura del campus; pero no todo es rosa ni clavel, si pudiera él hacer que los maestros universitarios vayan acorde con su ritmo el asunto sería formidable; la cosa no es tanto así, los profesores aún no están contagiados de este espíritu superior de “generar cultura y cambio”, no soñemos tanto, no todo es perfecto, estos esfuerzos sí son sobrehumanos y nosotros apenas viviremos tan pocos años y quizá no veamos tales cambios que habrían hecho de Caín un angelito y ni qué decir del ámbito administrativo que se ha convertido en el Caifás de la historia (con claras excepciones).
      Es verdad, hay que juzgar a José Luis Velásquez y hay que condenarlo por haber elegido a las personas con las que se trabajó “la Biblioteca Puneña”, equipo que según Omar Aramayo “cualquier universidad quisiera contar para acreditarse”, todos egresados de la UNA-P, incluso yo, que provengo de las canteras del Pedagógico Público de Puno y que estudié una maestría en la UNA-P. (y lo digo sin modestia), un equipo conformado por Moisés Bustincio Cahui (editor gráfico y motor de la responsabilidad en el equipo, a quien se le tuvo que interrumpir sus vacaciones hasta el día de hoy, porque como él no existe otro editor gráfico en toda la Universidad), Yemira Maguiña Cutipa (digitalizadora y correctora), Armando Villanueva Turpo (digitalizador), Yessenia Ancco Almonte (digitalizadora), Julia Chávez (apoyo), Luis Rodríguez Limachi (apoyo), Henry Velásquez (apoyo), Danitza Churata (apoyo), Walter Díaz Montenegro (digitalizador y corrector) y Juan Condori Chambi (apoyo) y quien escribe estas líneas como digitalizador y corrector (alguna vez como jefe del equipo de digitalización, que fui defenestrado por Jorge Flórez, seguramente por un desaire) y claro con José Luis Velásquez Garambel como editor y coordinador general (quien además cargó con el estrés y sufrió los embates de este peso, no son pocos los dos pre infartos y la parálisis de medio cuerpo que sufrió en la ruta; pero “mala yerba no muere”, así que tiene para rato, para disgusto de muchos que ya lo quisieran ver seis metros bajo tierra), Jorge Flórez-Áybar como presidente de comisión (más terco que nunca) y ahí está la Biblioteca Puneña.
      Las críticas pueden ser varias; pero nunca se pondrá en tela de juicio nuestro esfuerzo, que tuvimos que batallar contra las inclemencias de la administración que nos impuso limitaciones y que ya casi al final recién se nos facilitaron los equipos necesarios (como computadoras y escanners y que el mismo Rector nos prestó el suyo para que podamos cumplir con los objetivos), tampoco la dedicación y las horas empeñadas, ni los escasos recursos que tuvimos, menos la delicadeza ni el rigor con que trabajamos, tampoco la honradez ni la ética con que cumplimos al tratar el trabajo de estos autores a quienes Puno les debe su grandeza.
      Creo que las expectativas han sido cumplidas (el futuro nos juzgará por esto), se han recuperado textos muy valiosos como: el diccionario de Ludovico Bertonio, La visita hecha a la provincia de Chucuito de Garci Diez de San Miguel, el Pez de Oro (en facsímil), narradores del Orkopata, poesía de vanguardia, la Monografía del departamento de Puno, Puno Histórico. 50 libros resultan innumerables, y son la primera tanda de esta Biblioteca. Ojalá estos libros hallen a sus lectores, sean asequibles al público común, a lectores impenitentes ávidos de cambio y responsabilidad social.
      Quien no lea estos libros se habrá privado del legado de los hombres que hicieron de este espacio una tierra de pensamiento y de luz, no podrá hablar de Puno, no podrá considerarse puneño, porque en esta biblioteca se hallan las fuentes de nuestra identidad y de nuestro orgullo y por qué no decirlo, también el futuro.
 Tomado del diario Los Andes (25/08/2013)

domingo, 18 de agosto de 2013


BIBLIOTECA PUNEÑA: ¡50 LIBROS!

 
 
En un hecho sui generis, la Universidad Nacional del Altiplano, acaba de editar la colección bibliográfica denominada Biblioteca puneña, con 50 libros de diversa temática. ¿A quién le debemos esta proeza, a decir del docente de la PUCP y crítico literario Ricardo Gonzáles Vigil? Desde luego que a la decisión política de su Rector, el Dr. Lucio Ávila Rojas, los Vice Rectores que lo secundan; y, la propuesta y perseverancia de José Luis Velásquez Garambel, respaldado por Jorge Flórez-Aybar. Hemos visto de cerca el trabajo del equipo que estuvo al frente, haciendo el trabajo del escaneado, digitación y diagramación. En un pequeño ambiente del sótano del edificio administrativo de la universidad de la Av. El Ejército, creo que apenas con dos o tres computadoras, scaners, rumas de libros y un entusiasmo a prueba de frío, sed y sueño. Ahora es preciso mencionarlos. Entre ellos, a su Presidente, el Prof. Jorge Flórez, al mismo José Luis, a Moises Bustincio Cahui, Henry Esteba Flores, Verónica Ancco Almonte y Yemira Maguiña. A quienes también va nuestro reconocimiento.
     Conocíamos los proyectos para la edición de libros, presentados por Omar Aramayo y José Luis Velázquez Garambel tanto al Gobierno Regional de Puno como al Municipio de Puno, con resultados infructuosos desde luego. Pero, los años han pasado, y en el camino hemos visto algunos esfuerzos, como es el caso de la Municipalidad provincial de Puno, que ha vertebrado la valiosa, aunque breve serie de los Munilibros. Sin embargo, es la Universidad Nacional del Altiplano, reiteramos, que, en un esfuerzo sin precedentes, ha editado estos 50 libros, además de más de una centena de otras publicaciones de investigación. Bien por la Universidad y bien por Puno. Aquí habría que hacer algo de historia. Desde hace muchos años atrás, fue el sector literario (especialmente, actores de las últimas generaciones), quienes propusieron la creación de un fondo editorial destinado a la edición de libros, no sólo de poesía o narrativa, sino también, libros de otras materias o para reeditar libros hito que ya no estaban en circulación. Desconocemos si el Rector de la UNA leyó u oyó este reclamo. Ahora bien, quizás esa confluencia de manifiestos en revistas, entrevistas o programas radiales de corte cultural, haya hecho que José Luis Velásquez Garambel diga generosamente, que la materialización de estos libros, es también producto de un reclamo generacional. De algún modo, creo que lo es.
      Al dar una mirada rápida a los títulos, vemos que la colección es rica y variada: literatura, historia, antropología, sociología, folklor, etc. Aquí están libros fundacionales, como la esperada edición facsimilar de El pez de oro de Gamaliel Churata, además de Resurrección de los muertos, del mismo autor. Figuran también libros como la crónica Visita a la provincia de Chucuito publicada en 1567 por Garci Diez de San Miguel; Monografía de Puno de Emilio Romero; Puno histórico de Alfonso Torres Luna; Cambios en Puno de Francois Bourricaud; Vocabulario de la lengua aimara de Ludovico Bertonio, publicada en 1612; Historia de Puno. Tomo I del investigador René Calsin Anco; la compilación efectuada por Pío Chambi bajo el título de Lingüística Regional Puneña; La Prensa en Puno de Henry Esteba Flores; el clásico estudio de la Educación en Puno de José Portugal Catacora; asimismo, Simón Bolívar en Puno y otros ensayos bolivarianos, Conflictos Aymaras, Sikus y Sikuris del Titiqaqa, Lanas y movimientos indígenas en Puno, entre otros. Esta colección compila también la importante producción poética de la vanguardia puneña de los años veinte del siglo pasado, entre ellos Carlos Oquendo de Amat, Alejandro Peralta, Emilio Armaza, Alberto Mostajo, Luis de Rodrigo y Emilio Vásquez, bajo el acertado título de La vanguardia puneña. Desde luego que hay un peso evidente por valorar la producción literaria de Puno. A lo señalado anteriormente, se suman la edición de los libros de escritores de las generaciones del 50, caso Dante Nava, de los 60’, 70’, 80’ y 90’. No pasan desaparecidos los libros de Luis Gallegos Arreola, Feliciano Padilla, Zelideth Chávez Cuentas, José Luis Ayala, Boris Espezúa, Alfredo Herrera; así como, de escritores de las últimas hornadas.
      En suma, este esfuerzo editorial prestigia a nuestra universidad, hará que las nuevas generaciones se nutran de ella; y, sobre todo, será una fortaleza para que nuestra universidad logre su anhelada acreditación. Por eso, es plausible el trabajo de la universidad por tomarse en serio el tema cultural. Basta mencionar los concursos de Estudiantinas y sicuris, a nivel de todas las escuelas profesionales, y el reconocimiento a los intelectuales y artistas puneños. Sin embargo, quiero llamar la atención respecto de dos aspectos puntuales. A fines de los noventa y principios de este siglo, desde la Oficina de Proyección Social de la UNA, se realizaba sostenidamente, año tras año, los Juegos Florales universitarios. Digo se realizaba, porque ahora está desaparecido. Una pena, porque este fue un espacio de incentivo a la creación poética, narrativa, pintura, música, etc., tanto a nivel de docentes y estudiantes. Las universidades más prestigiosas del país, sostienen fervorosamente estos eventos. ¿Por qué? La respuesta es obvia. Lo otro, es lo que aparentemente está a punto de ocurrir en Escuela Profesional de Educación. En una conversa amical con un docente de literatura me entero que a partir del próximo semestre, se eliminará del plan de estudios la cátedra de Literatura Regional. Otra pena. Ahora que nuestra literatura estaba camino a consolidarse desde la academia, vemos que el sable es esgrimido, lamentablemente, por algunos profesores de la misma facultad, carentes de reflexión y amor por Puno. O, ¿está ex profesamente dirigido para que determinadas personas no ingresen a ella como docentes? Vaya a saberse las “brillantes” razones que los llevan a tomar estas decisiones. El Rector, ¿puede hacer algo, en ambos casos?

Tomado del diario Los Andes (18/08/2013)

martes, 6 de agosto de 2013

CRÓNICA

Lyla

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Luis Pacho
 

 
Entonces, dónde estabas?
Entre qué gentes?
Diciendo qué palabras?
PABLO NERUDA.
 

Pese a que sus ancestros son lampeños, Lyla, nació casualmente y vivió su infancia en Arequipa; pero, su primaria y secundaria la pasó en Lampa e hizo su formación profesional en la ciudad de Puno. Después, como ocurre casi siempre, su vida transcurrió entre los vaivenes y entresijos del tiempo, hasta que la conocí hace algunos años en un colegio del medio rural de Pomata, cuando yo trabajaba en la Ugel. Pero ese detalle se pierde en el tiempo; ese tiempo que también me la puso en el camino que hoy recorremos, a manera de dos furtivas aves que llevan el nombre del uno y el otro. Un día, yo puse el cielo de Pomata en sus manos y ella pintó de rosado mi corazón en Lampa.

       A Pomata le llaman el Balcón filosófico del altiplano. Debe ser por los intelectuales y la forma de su geografía. Yo trabajé en ese pueblito hace ya muchos años. Aquellas veces, a pesar de sus atractivos turísticos, tenía unos contrastes dignos de resaltar. Enormes casas de aspecto colonial con iguales portezuelas de madera maciza circundaban una amplia plaza dividida en cuatro espacios, donde crecían lozanos lirios, dalias, margaritas y otras plantas de jardín. Al centro, una pileta herrumbrosa y seca adornaba con su mutismo arcaico sus pasadizos casi desérticos. Alrededor se apostaban el Municipio, el Banco de la Nación, el Puesto policial y el enorme templo Santiago Apóstol que ostentaba un aire alevoso en medio de esas construcciones diversas. Digamos que eso era el centro; en cambio, en los extremos, las casas no eran sino típicas de la región, de adobe y paja o de adobe y calamina, pocas edificadas con ladrillo y cemento. Sus callecitas adoquinadas recorridas por repentinos riachuelos daban la impresión de ser una arquitectura pretérita, lejos del atisbo de la modernidad. Pero ahora, Pomata luce bella como siempre, con ese toque moderno propio de los tiempos. De modo natural resalta todo ese conglomerado heterogéneo asentado sobre una base pétrea de una inconfundible forma de balcón y con una hermosa vista a las aguas cristalinas del Titicaca. Una muestra es el mirador hacia el lago, construido hace pocos años. En medio de ese aire subliminal con que el pueblo envuelve a sus visitantes, Lyla y yo, recorrimos sus calles, admirando su geografía y descubriendo sus secretos. Corrimos de Kollihuerta a K’uripata, nos elevamos por el Utiraya hasta tocar las nubes que poblaban el cielo azul, para descubrirnos al día siguiente oyendo “Eres” de la cantante española Massiel y pintando nuestras siluetas en ese mismo mirador, viendo las aves del lago parloteando en las orillas y otras perdiéndose en el horizonte. Desde allí contemplamos los pueblos de Yunguyo, Copacabana y ese Apu misterioso, como es el Khapía. Quizás prometimos viajar algún día a la isla del Sol que la veíamos frente a nosotros, mientras me miraba extasiada por la brisa que venía desde el interior. Yo diría que Lyla vino como un sueño, como la brisa misma, como un ave olvidada. ¿O, yo era ese pájaro herido en medio de la lejanía, que ella curaba con sus besos y palabras?

       Tiempo después, me llevó a Lampa, un pueblo tranquilo y apacible, a treinta kilómetros de Juliaca. Cosas de la vida, era la primera vez que la visitaba. Luego de ir al cementerio donde reposan los restos de su abuela, Lyla va a visitar a su tía mal de salud, la razón principal del viaje, y yo me quedo en una de esas calles que me recuerdan los tiempos de la colonia. Ella no tardará más de una hora, pero su ausencia me oprime el corazón. Contemplo embelesado y con cierto temor el templo, también llamado Santiago Apóstol, labrada de piedra andina, donde reposan los restos de Enrique Torres Belón, insigne político puneño. Solo la miro de lejos, antes de irme a la plaza de armas, donde crecen lozanos queñuales, rodeado de hermosas casas de origen colonial. He repasado la historia de Lampa a través del mural pintado en el frontis del municipio, donde se llevara la I Bienal de Arte “Victor Humareda Gallegos” y el II Encuentro de Escritores Peruanos- Lampa 2009, al que no pude asistir. Para distraer el paso del tiempo, me recuesto en una banca, levanto la mirada y veo que la torre del templo se yergue imponente en el cielo azul. Al cabo surcan nubes blancas y la torre parece que viajara con los pajarillos piando en sus recovecos. En silencio evoco a Humareda, que se hizo famoso pintando a Marylin en el Hotel Lima de Lima; pienso en Zacarías Puntaca, componiendo el Huajchapuquito mirando a sus sobrinos huérfanos. Pienso en ese tiempo, cuando el cobre, el estaño y la plata atrajeron a andaluces, extremeños y vizcaínos. Pero el calor hace que me incorpore de la banca para ir por una gaseosa y volver a la plaza Grau y mojarme en el agua que brota de la pileta. Me siento a esperar pacientemente, y de pronto Lyla aparece por una esquina. Sonríe cuando me tiene cerca y me pregunta por las cosas que vi. Me pide que entremos al templo para mostrarme el lugar donde cantaba cuando adolescente formaba parte del coro. Yo le digo que no, que me da miedo, aunque la razón era otra. Entonces me dice que vayamos a almorzar, susurrándome palabras que pintan de rosado mi corazón. En la pequeña pensioncita se oye las canciones de la Estudiantina Lampa que acrece ese sentimiento lampeño mezclado de nostalgia y recuerdo. Esta vez Lyla se sumerge en sus pensamientos y solloza en silencio. Gruesas lágrimas surcan sus mejillas, mientras me esfuerzo por consolarla. Me dice que es la salud de su tía, pero yo sé que es algo más que eso. Es también el recuerdo de su abuela que fue como su madre, porque de su madre mejor no acordarse. A pesar de esa historia dolorosa, a Lyla no le falta una sonrisa, ella es la calma en el vendaval, la palabra precisa en la melancolía. Lo sé, porque un rato después se oye Quien va a lampa cae en la trampa, ese clásico tema musical que identifica a esta tierra. Entonces ella me mira y me sonríe. Su belleza y simpatía, trae ese sol infantil que borra todos los muros que nos separan. Lo cierto es que estábamos lejos, lejos de los ojos del miedo.

       Al cabo, caminamos por las dos plazas, sus calles contiguas y bajamos hacia el río donde me dice que reaprendió a nadar. A lo lejos se oye la música de un matrimonio. La señora de la tienda, al vernos pasar, dice que por su calle también pasan los matrimonios. No terminamos de reírnos, cuando ya estamos en medio de ese puente colonial bañados por ese vientecito que despeina sus cabellos. Mientras miramos las pocas aguas que corren por la temporada, imagino sus años juveniles en Lampa, hasta parece que me mirara desde la distancia. A esas horas, las dos cervezas nos abstraen por momentos, y le digo que me cante Yendo a Lampa… Ella canta. Su voz me acerca al cielo, donde hay una avenida construida para nosotros, esa avenida que nos devuelve el espejo para volver a casa. Pero ¿caí en la trampa? No hay trampa, es una forma sutil para decir que esta tierra y su gente nos acogen con su belleza y su encanto. Dejamos el puente y el río, y me lleva por la Plaza de toros. Aunque soy antitaurino, yo la escucho porque ella funge de guía. En seguida, una amplia avenida nos conduce cerca de la Cárcel de mujeres, que sobrecoge mis sentidos. Recuperamos la calma, y me habla de su infancia, de su colegio, de los amigos que tuvo, las fiestas y anécdotas que vivió, hasta que avistamos el lugar que hace de terminal terrestre. Y ¿la réplica de la Piedad de Miguel Ángel, los Ayarachis, la Casona de la Oca? Será para un próximo viaje, me dice.
       El día se ha ido raudamente. Las primeras sombras de la tarde empiezan a caer lentamente. Sentado en la combi, un ligero sopor adormece mis sentidos. Miro a Lyla, y algo cambia en su rostro. Oigo algunas palabras que me dice siempre, pero ahora es como si el tiempo retrocediera de veras. Tiene menos años, tal vez es el tiempo del instituto, cuando yo paraba concentrado en un balón de básquet como suele decirme. Veo que aparece por la esquina de la plaza, nos perdemos entre los vericuetos de esas callecitas rosadas, toma mis manos y me besa discretamente. A lo lejos, parece que leo un poema, no sé si de Vladimir o Alfredo Herrera. Desde ese lugar del pasado, Lyla, mirándome a los ojos, me dice que algún día nuestros caminos se unirán para siempre, que no importarán las barreras que nos deparará el destino, con tal que nuestros nombres estén grabados en nuestra mente y nuestros corazones.